Descrito por la prensa como el Robin Hood de las pymes, Antonio Cañete ha hecho de la lucha contra la morosidad su cruzada particular. Con él analizamos en esta entrevista de qué modo la parada forzada de la actividad y la ruptura de la cadena de pagos fruto de la crisis del COVID-19 afectará a nuestro tejido empresarial y qué salidas reales tienen las pymes y autónomos de cara a afrontar con las mejores garantías el reto de la Nueva Normalidad.

Artículo original en Món Empresarial  


 

“El gran reto que tenemos es no dejar a nadie atrás”

Cerca de medio millón de pymes (el 15% del total en España) ya alertaron a finales de marzo que podrían tener que echar definitivamente el cierre debido al coronavirus. Desde Pimec, ¿cómo valoran la gestión que se está haciendo de la crisis?
Esta crisis no tiene un culpable, pero su gestión sí tiene unos responsables. Y para gestionar la crisis deberíamos haber sabido combinar la seguridad con la actividad. Yo siempre digo que esta crisis no es como las anteriores, en que veías venir la ola y podías surfearla. Esta crisis es un tsunami: la ola golpea repentinamente y arrasa, sí, pero la gran destrucción se produce, especialmente, cuando el agua se retira. Y hasta ahora, la gestión ha estado centrada -como debía ser- en la seguridad, sí, pero eso no debería estar reñido con poner el foco, también, en la actividad, en la parte económica y empresarial, que es el retorno de la ola. Porque yo pienso que la hemos descuidado en cierto modo. Se ha atacado lo más gordo, pero no se ha pensado en todas aquellas normas que pueden dejar a algunos ámbitos o sectores minoritarios de lado, y que serán destruidos si no se les realiza una actuación específica.

Así, las medidas anunciadas por el Gobierno para hacerle frente (con los ERTE y los 100.000 millones de euros en créditos avalados por el Estado a través del ICO en cabeza), ¿no son suficientes?
El problema de esta crisis, en el ámbito económico y empresarial, ha sido que se ha tratado a todos por igual. Las medidas que se están tomando son muy generales. A priori, los ERTE son una buena medida extraordinaria y necesaria porque permiten evitar los despidos y hacen que dejar a los trabajadores en stand by no suponga un coste inasumible para las empresas. Pero para que sean una tabla de salvación de los puestos de trabajo y de las empresas, necesitan, obligatoriamente, un nivel de flexibilidad y de adaptación más elevado y de acuerdo con la situación en la que nos encontramos. Porque ni son una cuestión de tan solo dos meses, como se creía al principio, ni cuando volvamos a la actividad, lo haremos al 100%. Y eso requiere que sean una herramienta de rescate real para las empresas; no una losa que las haga hundirse por un efecto bumerán si, al reabrir, no podemos cumplir con sus condicionantes.
La otra medida estrella, los ICO, es una buena medida, y cuando se anunció, desde Pimec la aplaudimos, porque supone inyectar sangre a las empresas. Pero no ha sido una medida ágil ni rápida, y ha presentado una serie de problemas para su implementación.

 

“[Los ERTE han de ser] una herramienta de rescate real para las empresas; no una losa que las haga hundirse por un efecto bumerán si, al reabrir, no podemos cumplir con sus condicionantes.»

 

Ustedes denunciaron a principios de mayo que un 36,6% de esta financiación a pymes y autónomos se ha destinado a renovar operaciones y no a aportar nueva liquidez.
Efectivamente. Y no puede ser que se tenga que hacer negocio con este dinero ni tampoco que tenga condiciones de intereses altos o haya dificultades para acceder a él. Si la liquidez es el oxígeno de las empresas, pagar, en estos momentos, sobrecostes para respirar hará muy difícil seguir viviendo cuando finalice la carencia de los créditos.

¿Cuáles son las reclamaciones, por tanto, de Pimec al Gobierno español?
Que se hagan las cosas con sensibilidad empresarial. Y eso, en el caso de los ICO, implica rapidez, intereses muy bajos, que el dinero se destine a una finalidad empresarial y pagar las facturas. Además, tenemos que pensar que no se están dando ayudas directas. Los créditos ICO son avales que tienen un año de carencia y que las empresas deberán devolver con intereses. Por lo tanto, no son ningún rescate. Sólo son una fuente de liquidez. Necesaria, sin duda. Pero hay otras sin costo y sin riesgo.

¿Por ejemplo?
Desde Pimec y la PMcM hemos descubierto cuatro bancos de sangre que pedimos a los gobiernos que utilicen. En primer lugar, las administraciones de todo el Estado tienen facturas pendientes de pago por valor de 15.000 millones de euros, y de estos, 8.500 están fuera de la ley porque sobrepasan la obligatoriedad de la Administración de pagar en 30 días. No puede ser que obliguen a las empresas a pagar impuestos sin darles una moratoria en un momento en que no tienen liquidez y la Administración, que les debe dinero, no pague y emplace a pedir un préstamo que tiene intereses y que no se recibe inmediatamente.
El segundo banco de sangre está en manos de las grandes empresas, que a pesar de no tener un problema ni de liquidez (las cotizadas han sido titularizadas) ni de financiación (pueden lograrlo directamente del BCE), no cumplen con sus obligaciones. Pimec y la PMcM hemos detectado que las empresas que cotizan en bolsa tienen 122.000 millones de euros de facturas pendientes de pago, según el último informe de la CNMV. Si pagaran estas deudas, que son obligaciones y compromisos de pago, inyectarían liquidez al sistema.
Tercer banco de sangre: las entidades municipales de todo el país tienen en sus cuentas corrientes 12.000 millones de euros de remanentes que no pueden utilizar por la Ley de estabilidad presupuestaria. Dinero que se podría gastar inmediatamente para hacer políticas para salvar a las pymes y a los autónomos en el ámbito local.
Finalmente, el cuarto banco de sangre es el IVA a devolver por Hacienda a muchas empresas que lleva tres, cuatro o cinco meses de retraso, ya que el sistema actual obliga, principalmente a las exportadoras, a adelantarlo.

Y ante esta situación, ¿cómo está ayudando Pimec a las pymes?
A día de hoy sumamos más de 670.000 acciones de ayuda a las empresas, principalmente pymes y autónomos (véase recuadro). Y estamos proponiendo medidas para que, de alguna forma, se pueda generar sangre que pueda salvar el mayor número posible de empresas, porque salvándolas, salvamos los puestos de trabajo y a quien paga impuestos. Y si hacemos esto, podremos hacer políticas sociales en el futuro. Si destruimos a las empresas, destruimos la gallina de los huevos de oro: no tendremos puestos de trabajo, no cobraremos impuestos y tendremos que pagar rentas universales y subsidios de desempleo. Y nos costará más el remedio que la enfermedad. Porque el hambre puede ser más dañina que el virus.

Durante la crisis de las hipotecas subprime, precisamente, 1 de cada 3 pymes tuvo que cerrar debido a morosidad.
La economía es una concatenación de eslabones que no se pueden romper, si no la economía se hunde. Por lo tanto, romper la cadena de pagos es entrar en una situación descontrolada de la economía. Y esta crisis del COVID-19 no solo está rompiendo esta cadena, sino que, además, por primera vez desde que se tienen datos, son las pymes y los autónomos quienes empeoran más los pagos, un hecho que puede reflejar la trascendencia de su falta de liquidez. Por lo tanto, se deberían ofrecer líneas de crédito sin intereses que eviten que se rompan estas cadenas. Si no, el sistema caerá como un castillo de naipes. Los pagos, ahora más que nunca -y esto demuestra las carencias que tenemos en este sentido- se están deteriorando por días, y nosotros alertamos de las dificultades que esto puede conllevar. Pedimos, pues, como está haciendo Europa, que España tome medidas urgentes en este sentido. Deberíamos implantar, con urgencia, un régimen sancionador como ya venimos reclamando desde 2010.

Hablamos de cómo debería ser la Nueva Normalidad. Desde la Plataforma Pymes usted defiende un pacto de Estado con reformas económicas estructurales que nos lleven hacia un Nuevo Capitalismo inclusivo. ¿Es posible este cambio de modelo económico y empresarial?
Entramos en un mundo distinto del que salimos el pasado 14 de marzo. Han cambiado los valores y las formas de trabajar. La transformación digital que hemos hecho en estos dos meses ha sido la transformación más importante que hemos podido hacer en todo este período. Podría haber tardado tres años y la hemos acelerado como nunca. Y esto conllevará mejoras en la cultura digital, en su aceptación y en su utilización, así como nuevos productos. Y este nuevo mundo necesitará nuevas respuestas en el ámbito político, económico y social. Por ello, desde la Plataforma Pymes, planteamos que tenemos que ir hacia lo que nosotros hemos bautizado como Capitalismo Inclusivo, un movimiento de la sociedad civil en el ámbito empresarial y de carácter supraestatal que pone sobre la mesa un nuevo concepto sobre cuál debe ser la gestión y cuáles las respuestas a este nuevo mundo en el ámbito económico y empresarial. Así, el Capitalismo Inclusivo se opone al Capitalismo Neoclásico (de mercados regulados y rentas excesivas) y al Anticapitalismo (para hacer políticas sociales hay que generar riqueza) y busca la igualdad de oportunidades desde la transparencia para que se configuren los precios de manera justa y competitiva. Busca una economía justa donde la igualdad entre desiguales no sea una mentira. Es, por tanto, una propuesta muy innovadora que debe marcar las pautas para que se produzcan cambios en las formas organizativas, representativas y de lobby que puedan permitir que no sólo crezcan cuatro, sino 40 millones. Si no, no seremos capaces de generar riqueza y puestos de trabajo.

«Romper la cadena de pagos es entrar en una situación descontrolada de la economía. Y en esta crisis, por primera vez desde que se tienen datos, son las pymes y los autónomos quienes empeoran más los pagos, un hecho que puede reflejar la trascendencia de su falta de liquidez.”

 

¿Cómo han de reinventarse, pymes y autónomos, en tiempos de crisis?
Las pymes tienen que empezar a pensar que la digitalización es una oportunidad que les puede permitir dar respuestas a pesar de haber cambiado de dimensión. Por otra parte, han de poner en valor la proximidad, porque a diferencia de lo que ocurría durante la globalización -no importaba de dónde venían los productos-, ahora hemos descubierto que tener proveedores a 6.000 km de distancia conlleva un riesgo de rotura de las cadenas de producción. Y han de pensar que su tamaño, ahora, será una ventaja, porque tendrán una mayor capacidad de adaptación. Partiendo de estos tres ejes, deberán tener una mentalidad más abierta y menos individualista; una visión mucho más interdisciplinaria a la hora de construir nuestros proyectos. Y no pueden olvidar la importancia de la competitividad y la productividad. Si tenemos empresas competitivas y productivas, podremos tener buenos empleos con buenas remuneraciones y ser un país de vanguardia. Y hemos de advertir a la sociedad, a las empresas y a los trabajadores que la formación profesional ha sido siempre importante, pero ahora se convierte en el elemento de competitividad más importante que tendremos como país. Y es flagrante que, en un momento en que necesitaremos más que nunca las políticas activas de formación, se recorten sus fondos para pagar el paro. Esto es una equivocación enorme: como ponerse en contra dirección en la autopista. La ministra de Trabajo ya dice que esta medida puede ser reversible. No hacerla así sería un error.

 ¿De qué modo impediremos que el COVID-19 amplíe aún más la brecha salarial?
El gran reto que tenemos es no dejar a nadie atrás y buscar una sociedad justa. Por ello, trabajar en la igualdad, contra la brecha y por el empleo de nuestros jóvenes, es trabajar, entre otros, por los objetivos de sostenibilidad. Tenemos que pensar en capacitar lo mejor posible, orientar a las personas y, siempre que podamos, no hacer política de subsidios, sino de inserción, para que la gente tenga oportunidades. Otro reto en este sentido es cambiar la cultura de la segunda oportunidad.

La OCDE denunciaba en 2018 que una persona que nazca actualmente en una familia con pocos recursos necesitaría cuatro generaciones hasta acceder a una renta media. Usted mismo proviene de una familia humilde. ¿Cree que, en las actuales condiciones, habría conseguido hacer este salto?
Mis abuelos vivieron mejor que sus padres; mis padres, mejor que mis abuelos; y yo, mejor que mi padre. Parece ser, sin embargo, que ahora será la primera vez, en la economía contemporánea, que no está claro que nuestros hijos puedan vivir mejor que nosotros. ¿Y cómo es que sucede esto? Pues porque desde la revolución industrial, en los países más innovadores, el crecimiento de la productividad había ido acompañado de la creación de puestos de trabajo y del aumento de los salarios. A partir de principios del siglo XXI, sin embargo, en las economías desarrolladas, si bien la productividad sube exponencialmente, no lo hace acompañada de la ocupación: la irrupción de la digitalización, de la Industria 4.0 y de la Inteligencia Artificial hacen que suba la productividad sin crear más puestos de trabajo y, encima, la renta cae. Por lo tanto, este es un escenario que exige respuestas diferentes y que hay que liderar con el conocimiento. Y esto pasa, inexorablemente, por la formación profesional y por impulsar acciones que vayan encaminadas a la generación de riqueza y a su reparto. No podemos ir hacia un mundo donde esta quede concentrada en manos de unos pocos. Porque es un mundo que generará conflicto.

«[La Nueva Normalidad] exige respuestas diferentes y que hay que liderar con el conocimiento. Y eso pasa inexorablemente por la formación profesional y por impulsar acciones que vayan encaminadas a la generación de riqueza y a su reparto. «

 

Pero el sistema educativo y el mercado laboral no están bien sintonizados.
No sólo no lo están sino que el sistema está invertido. Tenemos un sistema de oferta, no de demanda, cuando debería ser al revés. Porque la empresa es el origen y el destino de la formación profesional.
Además, hay una segunda cuestión, que es que la persona debería estar en el centro del sistema. Esto significa trabajar muy bien la orientación para, una vez determinada la demanda, y teniendo en cuenta las capacidades de la persona y su voluntad, hacer que consiga un trabajo que le garantice una vida plena y que sea útil para la sociedad.
Finalmente, está la cuestión de la proximidad con la empresa. La formación profesional no puede ser académica, debe ser laboral. Porque, además, tenemos que pensar que las administraciones no tendrán ni los recursos ni la capacidad para adaptarse con suficiente rapidez a los cambios tecnológicos. Solo la empresa puede aportar esta agilidad en la formación. Pero cuando el 95% de las empresas del país son de menos de 10 trabajadores, pedirles que asuman esta parte de la formación a través de la FP Dual sin dotarlas de recursos ni de reconocimiento es una barbaridad. Porque para que todo esto funcione hay que reconocer el papel formativo de la empresa. Este será uno de los elementos claves en el futuro inmediato.

¿Cuáles han sido sus referentes?
Mi gran referente es mi padre, y siempre lo será. Me dotó de valores y en el seno de mi familia vivimos con equilibrio nuestros retos personales. Después, he tenido la gran suerte de poder coincidir con gente con la que he trabajado o me he formado y que me han apoyado. Primero, mi amigo y compañero de estudios Paco Fernández, que traspasó y que fue uno de los grandes luchadores por la democracia; Josep Francí, director del centro donde experimentaron la reforma educativa; y Maria Rosa Fortuny, que fue quien me propuso ser responsable de la formación profesional en el ámbito de las escuelas-empresa al Departamento de Enseñanza. El gran empresario Santiago Quintela, por su parte, me llevó al ámbito privado, y con él estuve dirigiendo uno de los proyectos más extraordinarios de mi vida: la internacionalización del grupo COFME. Y, finalmente, el propio presidente de Pimec, Josep González, a quien le dispenso todo mi respeto, consideración y valoración, porque siempre ha confiado en mí y hemos trabajado con la máxima complicidad. Juntos hemos hecho toda una transformación histórica consiguiendo que, por primera vez en la historia, las pymes tengan el mismo peso que tienen las grandes empresas.

Por último, ¿cómo querría ser recordado Antoni Cañete?
Como una persona que ha dado lo mejor de sí mismo y con la máxima proximidad, intentando cambiar imposibles sabiendo que el cambio es posible.

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